El Otoño es una época maravillosa en la que contemplamos cambios en la naturaleza que nos hacen vibrar de emoción. Resurgen colores diferentes que nos evocan emociones diferentes. La alegría del rojo con la melancolía del amarillo. El verde poderoso, lleno de vida con el marrón apagado y triste.
En el cuerpo humano suceden procesos análogos a lo que contemplamos en la naturaleza. Las personas tenemos ciclos vitales que nos ayudan adaptarnos a esos cambios que nuestro organismo experimenta. Desde niños, vamos aprendiendo a ser lo que somos, a construir nuestra personalidad. Lo hacemos con las herramientas que tenemos cerca (principalmente nuestros padres y maestros) Pero también con nuestra propia experiencia de relación con nosotros mismos, con los que nos rodean y con la naturaleza en su conjunto.
Pero en este proceso de crecimiento hay épocas como el OTOÑO en que desprendernos de todo aquello que no nos deja avanzar como personas, de todo aquello que nos ata a esquemas preestablecidos por otros, nos hace crecer y renacer.
Cuántas veces no dejamos caer nuestras hojas por miedo a lo que podamos sentir sin ellas, como si fueran nuestro salvavidas. Y sin embargo sentimos la necesidad de librarnos de ellas, para dejar nacer nuevas hojas, con una nueva savia que le aporte nuevos colores y formas diferentes.
Si te pregunto ¿Qué ganas tienes de cambiar? Seguramente me respondas contándome cosas que te gustaría hacer, proyectos nuevos que te encantaría emprender. Proyectos que tienes en mente y no sacas a la luz.
Pues te invito a dejar caer las hojas (los miedos, las comodidades, los complejos, las autocríticas destructivas…) para dejar salir las nuevas, que vengan llenas de confianza, autovalía y amor hacia ti.
Tenemos todo el invierno por delante para ir fabricando una savia nueva, con la esperanza de una primavera que nos haga renacer, que nos muestre al mundo tal y como deseamos ser. Felices del camino recorrido y con ganas de transmitir al mundo que el cambio es posible y que TÚ lo has experimentado.