En esta época de mi vida en que me rodeo día tras día de adolescentes a los que quiero con locura y con los que discuto a menudo, me apetece compartir algunos pensamientos que me vienen.
En alguna ocasión te has encontrado en alguna situación en la que no supieras hacia dónde guiar tu vida y tuvieras enfrente diferentes modelos a los que imitar? Cómo te has sentido? ¿Qué has hecho? Hacia adonde has dirigido tu conducta? Has hecho lo que deseabas o te has dejado guiar de la conducta del otro?.
Seguramente en nuestro día a día de adultos nos encontramos con situaciones en las que podemos responder a estas preguntas. Con cierta frecuencia deseamos actuar con coherencia. Pero en nuestra soledad reflexionamos sobre nuestros actos y vemos las mejoras que nos gustaría implementar. Podemos observar las diferentes opciones y llevar a la acción aquellas que nos aporte más bienestar y con la que nos sintamos más coherentes. El sentirte seguro de lo que uno hace aporta empoderamiento y da confirmación ideológica a lo que haces.
Pues algo parecido es lo que les sucede a un adolescente. En su caos interior tiene multitud de opciones a llevar a cabo para sentirse coherente. Observa las diferentes maneras en que responden a ese caos interior otras personas de su misma condición. A pesar de su dilema de acción, muestran externamente una seguridad pasmosa. Esta manera de mostrarse descoloca a los adultos que acompañamos su vida. Nos preguntamos: » ¿Estará realmente seguro de lo que hace? ¿Estará actuando verdaderamente movido hacia un objetivo en su vida?»
Entiendo a todas las familias con las que trabajo cuando me cuentan situaciones cotidianas de falta de entendimiento entre padres e hijos adolescentes. Las batallas diarias que se libran donde parece que debe ganar alguien imponiendo la manera de hacer. La falta de diálogo, desde mi experiencia no conduce a la reflexión, a la puesta en común de vías de acción. Se construyen climas familiares de tensión y falta de convivencia.
Creo que como madre o padre nuestra responsabilidad es crear ambiente de convivencia conde todos lo miembros de la familia se sientan protagonistas de lo que sucede en ella.
La convivencia es el mejor escenario para crear aprendizajes, mostrar modelos y poner sobre la mesa las diferentes modos de acción. Nuestros adolescentes son capaces de reflexionar y aportar su manera de ver la situación planteada. Nosotros como adultos debemos mostrar escucha, empatía y acompañar aquellas iniciativas que mejoren nuestra convivencia familiar.
Conociendo su fragilidad interior y empatizando con ella (ese deseo de ser alguien sin saber muy bien quién, esas ganas de ser conocido por algo o destacar gracias a algo, esas ganas de rebeldía hacia la norma, lo que dirige la sociedad, esas ganas de aportar maneras nuevas de ver el mundo, esa ilusión ser alguien que existe y no pasa desapercibido o sí, etc…) nos aporta información muy valiosa para acompañar esta edad tan bonita y a la vez tan difícil de resolver en el ambiente de la convivencia.
Como madre, educadora y psicóloga me apetece hacerte una gran invitación. En cada situación donde tengas cerca un adolescente y su manera de actuar te despiste, te invito a llevar tu atención aquellas situaciones propias en las que has tenido algún dilema sin resolver, piensa tu diálogo interior, observa tus emociones y ponle nombre. Te invito a darte cuenta de las opciones que has llevado a cabo que te han hecho resolver o no el dilema. Después de esta reflexión, presta ATENCIÓN Y PON EN PRÁCTICA LA ESCUCHA ACTIVA DE ESE ADOLESCENTE, EMPATIZA LO MÁS QUE PUEDAS CON ÉL O ELLA Y DA PROTAGONISMO A LO QUE TE CUENTA, SU MANERA DE VERLO Y SENTIRLO Y AYÚDALE A SACAR DE SÍ MISMO LAS MEJORES HERRAMIENTAS QUE TENGA PARA RESOLVERLO.
Estoy totalmente convencida que si en familia creamos espacios de diálogo y puesta en común de las diferentes perspectivas, acompañamos las emociones que surgen y celebramos los éxitos conseguidos por cada uno de los miembros, estamos empoderando, aprendiendo a ser críticos con nosotros mismos, y sacando nuestra mejor versión. Es el mejor antídoto preventivo para la fragilidad y la inseguridad de esa maravillosa adolescencia que viven nuestros hijos.
Mar Sánchez Rodríguez www.marsanchezpsicologa.com